Mi gran aventura (con la) China – III

Este artículo es la tercera parte de una serie, para los más curiosos recomiendo empezar leyendo la primera y segunda partes.

Hoy toca hablar de matriculación. ¡Cuán grande desafío para el aventurado ciudadano español! El nivel de absurdo que puede alcanzar la administración pública de este nuestro país no tiene límites, como veremos; y el gran timo que consiste asegurar un vehículo es un hecho bien conocido por el ciudadano de a pie, que no requiere ulterior introducción. Pero de seguros hablaremos en otra ocasión.

Para poder matricular un vehículo, se debe pagar en primer lugar el impuesto de rodaje, se paga en el ayuntamiento y en el caso de una motocicleta de 125cc en Coruña son unos cinco euros y medio. Este trámite es bastante rápido: basta presentar la hoja de características técnicas del vehículo (la mítica hoja verde) y se paga en uno de los mostradores de la propia oficina municipal.

Ahora es cuando viene la parte divertida: Hacienda. Si somos finos iremos a la delegación de Hacienda a primera hora de la mañana, a las nueve, para evitar colas interminables. Craso error: la única forma de evitar colas interminables es irse con un saco de dormir la noche anterior y hacer guardia delante de la puerta, pues viene siendo bastante habitual que a las ocho (comprobado) haya una cola en el exterior del edificio formada por una docena de personas. Una vez hemos entrado, previo vaciado de bolsillos y paso por la estúpida máquina que supuestamente detecta metales —puede que otro día escriba sobre estos intrigantes dispositivos— nos dirigimos a la ventanilla en la que venden impresos, pedimos el correspondiente a matriculación y lo rellenamos. Ojo al dato para los no informados: los ciclomotores de 50cc y las motocicletas de hasta 125cc inclusive están exentas del impuesto de matriculación así que lo que debemos hacer es marcar la casilla de exención… o sino nos cobrarán igualmente. Una vez entrguemos el impreso, tendremos que esperar dos días. Os dirán quepodéis volver al día siguiente: es mentira. Es ridículo que hagan a uno esperar dos días para un trámite en el que no hay ningún trámite de tipo económico, y lo único que hacen es sellarnos el resguardo del impreso para que podamos llevarlo a Tráfico y que nos asignen un número de placa.

Finalmente nos vamos a Tráfico, en dónde ya os aviso que no cobran por entrar, pero que si pudiesen lo harían y serían unos 35€… que es el precio del trámite más barato que hacen. Para matriculaciones llevamos la «hoja verde», los resguardos de Hacienda y el Ayuntamiento y un certificado de empadronamiento (que en Coruña se consigue en la oficina del Fórum Metropolitano). Pasamos por caja (alrededor de 50€) y nos comemos medio quilogramo de azúcar para evitar amargarnos cuando nos atiendan en la ventanilla. Con un poco de suerte la gárgola animada que aparecerá detrás del cristal tendrá a bien sellarnos todo el papeleo y mandarnos ir al día siguiente a recoger el número de placa… es comprensible teniendo en cuenta que hacer que un paquidermo de piedra pueda moverse y hablar requiere grandes habilidades mágicas, así que es comprensible que deba descansar lo que queda del día: como todo el mundo sabe, comprobar que todos los papeles estén bien hechos y pedirle a un ordenador que te genere un número de matrícula e imprima un papel es un esfuerzo titánico…

En Tráfico al menos los plazos son ciertos: al día siguiente —previa espera de hora y pico— nos entregan una cuartilla impresa de forma deficiente, como si el cabezal del cartucho de la impresora estuviese reseco o quedase poca tinta, donde a duras penas se lee el numerajo: he aquí el fruto de nada menos que cuatro mañanas perdidas irremisiblemente en trámites que en un país donde el funcionariado trabajase con un mínimo de celeridad (léase cualquiera del norte de Europa) se podrían haber hecho en una única mañana, sin necesidad de visitar cuatro edificios distintos en cuatro extremos de la ciudad y haber pasado por la nada desdeñable cantidad de siete ventanillas.

Nos caemos para aprender a levantarnos

De todos es bien sabido que circular en moto conlleva una serie de riesgos inherentes a dicho tipo de vehículos. Éstos no son más o menos que utilizar cualquier otro medio de transporte: también viajar en coche, barco, avión, tren o incluso a pié tiene sus propios riesgos. Uno de los pequeños inconvenientes que tienen esos aparatejos zumbantes de dos ruedas es que te puedes caer al suelo a poco que pierdas el equilibrio. No es algo que ocurra normalmente, aunque puede tener graves consecuencias si es a velocidadades altas, o incluso a veces basta con que sean moderadas.

Ayer me caí por primera vez con mi maravillosa moto china. El saldo fue positivo: tan sólo un moratón en una pierna en cuanto a mi estado personal. Afortunadamente no tengo tendencia a hacer el jíbaro. Frenando delante de un semáforo que se acababa de poner en rojo, cuando casi ya estaba parado del todo, la rueda delantera pisó un poco de la típica pintura blanca lisa de los pasos de cebra. Para más agravantes, había llovido por la tarde, y a pesar de la poca velocidad perdí el equilibrio. Me recordó mucho a cuando era pequeño y andaba mucho en bicicleta: de vez en cuando me caía y me pasaba unos días con moratones en las piernas, pero esas décimas de segundo entre estar pedaleando y estar de sopetón en el suelo hacen que uno esté más alerta la próxima vez que se sube en una bicicleta. O como en este caso, en su variante motorizada.

En cuanto a la moto, podrá recuperarse con un casi nada de cirugía. No hay roturas. Tan sólo un leve desplazamiento de la empuñadura derecha y el hecho de que el faro trasero y los intermitentes no funcionan. Con un poquito de cariño, estará como nueva en un santiamén 😀