El valor de las cosas

Cena de fin de año en casa: barato, barato.
Salir en fin de año con buena gente: el precio del desplazamiento.
Empezar el año con una compañía inmejorable… no tiene precio.

Regalo (friki) de Navidad

Hace unos días me enteraba por fuentes fiables de las curiosas postales navideñas de LucasFilm, hoy os dejo, a los aficionados al origami (折り紙), una web en la que podéis encontrar como haceros vuestra propia flota estelar de papel, para empezar bien el 2009 destruyendo un par de planetas más allá de Naboo. ¡Hasta el año que viene!

Dondequiera

Según uno se va haciendo mayor, hay cada vez menos cosas que le hagan a uno poner esa sonrisa bobalicona que se dibuja en las caras de los niños cuando están extasiados con algo. Para no perder la capacidad de alcanzar esos estados de trance, es bueno conservar la capacidad de asombro… y ejercitarla. Hace un par de años tuve la ocasión de quedarme literalmente embelesado con la Alegría del Cirque du Soleil, que resultó ser una experiencia prácticamente indescriptible.

Y es en estos momentos que la gran carpa (y lo de «gran» no es un adjetivo gratuíto) de estos artistas con origen en Canadá se encuentra en Madrid. Quien se pase cerca de la Casa de Campo, por la zona de la Avenida de Portugal verá los enormes toldos blancos del circo:

Gran Chapiteau, desde la Avenida de Portugal

Gran Chapiteau, desde la Avenida de Portugal

Camiones adornados con carteles de Varekai, el espectáculo que está de gira en la capital, nos dan la bienvenida al recinto. Se pueden ver carteles con algún otro de los personajes del espectáculo por las calles de Madrid, con sus coloridos trajes transmitiendo a los viandantes la impronta de estarse perdiendo algo a lo que deberían asistir. Y así es que decidí hacer una visita a un fenomenal amigo que está viviendo allá e invitarle a una de las funciones, antes de que se vayan a mediados de Enero a deleitar a los espectadores de algún otro país.

Camion con un cartelón de Varekai

Camion con un cartelón de Varekai

El espectáculo, que empieza con puntualidad europea aún estando en España, no es una repetición de lo que pude ver en Alegría; pero se nota el buen hacer de la compañía canadiense, una forma de hacer espectáculos radicalmente distinta a lo que normalmente se entiende por «circo». Esta gente consigue, sin más que el propio trabajo de los artistas (no hay animales), crear una atmósfera irrepetible durante las dos horas largas que dura la función, un espectáculo acompañado en todo momento de música en directo, donde la escenografía y la teatralidad de la que se hace gala son tan importantes como los números acrobáticos.

Toda persona que aparece en el escenario es un personaje de la trama, desde el principio hasta el final, de manera que incluso los tramoyistas van maquillados y vestidos de forma acorde al resto de personajes, mimetizándose con el resto de la escena. Nada en los espectáculos del Cirque du Soleil parece sacado de un circo convencional, y los payasos no podrían ser menos: huyen de las fórmulas tradicionales, para unir el mimo y la risa, pronunciando únicamente alguna que otra palabra durante su aparición.

Otra seña de identidad es la desaparición de la brecha entre artista y público: no hay telones en el escenario, los artistas a veces suben por el patio de gradas, mezclándose con los espectadores para hacerlos más partícipes del gran montaje que están presenciando, hasta el punto en que uno se olvida de todo salvo de la asombrosa y bella performance audiovisual de la que está siendo partícipe. Nada más parece existir, hasta que los músicos dan la última nota y todos artífices de la profunda felicidad transitoria que uno experimenta salen por última vez al escenario para agradecer el mar de aplausos que los recompensa después de cada función.

Servidor, con un paraguas del Cirque du Soleil

Servidor, con un paraguas del Cirque du Soleil

A la salida, en las carpas adyacentes al Gran Chapiteau, puede uno encontrarse con merchandising del circo, como el paraguas con el que salgo en la foto y que, cada vez que lo veo, me hace esbozar una sonrisilla al acordarme tanto de Alegría como de Varekai. Aviso a navegantes: no es barato, pero el surtido que tienen de camisetas, bufandas, gorras, bolsos, máscaras, fotografías… es absolutamente delicioso. Lo único que lamento es no haber tenido dinero cuando vi Alegría para una bandolera hecha con lona de la antigua carpa permanente de Las Vegas. Aún así, ahí quedan para recordar mi paraguas, las sonrisillas de niño sorprendido mías y de Saverbrunn, y su bufanda de rayas grises que combina con todo.

Por mucho que las leyendas digan que hai que ir a San Andrés de Teixido en vida para no tener que ir en forma ectoplásmica, el que suscribe recomienda encarecidamente a todo el que pueda que vaya a un espectáculo del Cirque du Soleil. O a varios. Satisfacción garantizada.

Café analógico

En ciertos aspectos, el «Café Gijón» en Madrid se parece mucho al Coruñés «Delicias», siendo su principal caballo de batalla el ambiente retro y cutre que nos transporta a tiempos pretéritos en los que la tecnología —como la que permite leer esto— todavía no había inundado nuestras vidas, y el placer de disfrutar de una agradable conversación con una taza de café calentito entre las manos aún era un placer valorado por toda persona más o menos razonable.

Aquí, mientras los curtidos camareros despachan diligentemente el acompañamiento que sirve de excusa para el disertar de los clientes, uno no puede evitar pensar en lo asombroso que resulta el hecho de que este tipo de lugares sigan teniendo el encanto mágico de lo analógico.

Acontecimientos ¿históricos?

Ricardo Galli nos recomienda la lectura de un artículo de Dijkstra (que tengo a medio leer, pero es como mínimo «apasionante»), y tras reíme un buen rato de algunos de los comentarios aparecidos en Guarrapunto me acordé de que, oiga usted, existe un grupo de chalados intenta un nuevo conato de huelga que, con un nada que se tuerzan las cosas, lo que conseguirá es dar (aún más) mala imagen del colectivo de informáticos. Yo me quedo con esta frase del artículo de Dijkstra:

La Ingeniería del Software, por supuesto, se presenta a sí misma como otra causa valiosa, pero es un colirio: si lee cuidadosamente su literatura y analiza lo que realmente hacen quienes se avocan a ella, descubrirá que la ingeniería de software ha adoptado como su estatuto «Cómo programar si usted no puede».

Y mientras unos se dedican un esfuerzo estéril a una causa perdida, yo me he dedicado los últimos días a convertir mis CDs al formato libre OGG Vorbis después de haber borrado los MP3 que tenía, con el resultado de que hoy el mundo es un poquitín más libre.

Imaginación al poder

Algunos ya lo saben, pero ahora mismito estoy dispuesto a hacerlo oficial: me he comprado unha PlayStation 2 de las viejunas: con la ranurita para el disco duro y eso. El caso es que, ante mi desconocimiento (no generalizado) de qué titulos eran los más recomendables a obtener para el disfrute del cacharrillo, y ya teniendo en mis manos títulos imprescindibles como Gran Turismo 4, GTA Vice City (yeah!), y unos cuantos SingStar, me puse a buscar recomendaciones en la red.

El primer título que cayó en mis manos fruto de tales pesquisas es Ōkami. Como indicativo de lo fenomenal que es el juego, diré que me ha sorprendido. Además de lo absorbente de la historia, y lo preciosista de los gráficos, está el originalísimo sistema de control basado en la escritura con pincel… Y ya sabéis: no soy fácilmente impresionable.

Pero investigando sobre Rez, otro juego con toda la pinta de resultar interesante: un shoot’em up musical en el que las acciones del jugador lo que hacen es ir modificando la música del juego. Además me encuentro con que no sólo es interesante, sino que además en Japón —en ningún otro sitio podría pasar— se vendía originalmente con un aparatito USB llamado «trance vibrator». ¿Alguien adivina alguno de sus posibles usos? Una pista: el nombre del cacharrito lo dice todo… 😉

Sobre la huelga de «informáticos»

Había pensado escribir sobre los motivos que me han llevado a no secundar la huelga de informáticos del pasado miércoles 19 de Noviembre; pero Ricardo Galli ha hecho un resumen con el que estoy esencialmente de acuerdo, y cuya lectura recomiendo a los (pocos) lectores informáticos (o en ciernes de serlo) que se pasean por estos lares. Dicho esto, y asumiendo que el ávido lector ha leído al menos la sección «Colegios, regulaciones y huelga» del citado artículo, añado mis propias notas sobre este espinoso asunto:

  • La mayoría de países de la Unión Europea no tiene en estos momentos colegios profesionales, y en los pocos países en los que todavía perduran, están tendiendo a desaparecer. Por algo será.
  • Sólo un puñado de profesiones deberían tener competencias asignadas, de nuevo según las normativas de la Unión Europea. Todo lo demás son cosas de cada uno de los terruños (léase «países») que conforman europa.
  • Si nos empeñamos a llevar la contraria, un día de estos Mamá Europa nos pondrá una sanción que tendremos que pagar entre todos con nuestros impuestos. Vale que no va a ser mañana, pero ya nos ha pasado alguna vez por pasarnos de listillos. Recuerdo ciertos tejemanejes con las subvenciones para el cultivo del lino…
  • Parece que la gente que está enchufada en cargos importantes en los colegios de informáticos tienen miedo de perder sus cómodos puestos de postureo de los que probablemente estén obteniendo pingües beneficios a cambio de una módica cantidad de trabajo consistente en firmar papeleos elaborados por subalternos, asistir a «comidas» de trabajo, protocongresos y demás protochuminadas pijósticas. No me imagino a uno de estos bufones en un evento de gente que se las ingenia de verdad como el HAR2009.

Además, añadiría que me parece lamentable que muchos supuestos compañeros de profesión se hayan dejado llevar por la desinformación y el alarmismo, en lugar de buscar por sí mismos en las fuentes para ver realmente cómo funcionan las cosas (atención al ingenioso juego de palabras) y decidir por sí mismos con un mínimo de espíritu crítico. Claramente: esto es una prueba más de lo poco bien que nos forma la Universidad, ya que se supone que, entre otras cosas, aprendermos buscarnos la vida… aunque lo que no tengo ya tan claro es a quién echarle la culpa.

Ya para acabar, mis más sinceras enhorabuenas a la pandilla de irresponsables que han logrado que, con esta «huelga», el sector de la informática sigamos dando una imagen lamentable al resto de la sociedad.

Leed y entended todos de él

De interés para todo ingeniero (y protoingeniero) de informática que se precie: Bolonia for Dummies. Por una vez, alguien ha tenido la paciencia de recopilar los datos relevantes de las fuentes y exponerlos sin intentar añadir su opinión personal por el camino.

Como último consejo con respecto a la ya famosa «huelga» de informáticos, un último consejo: beware of the FUD.

Viaje al extranjero: Barcelona

Este fin de semana, en compañía de dos buenos amigos, y de otra persona más que también acabó siéndolo, visitamos Barcelona. Uno de los principales motivos para visitar la ciudad condal fue el XIV Salón del Manga, aunque a mi cualquier otra excusa me habría servido para pasarme de nuevo por Barcelona después de 13 años.

Además del «aforementioned», tuvimos ocasión de pasearnos por algunos sitios de la ciudad que no había tenido ocasión de catar en mi anterior visita, a saber: la casa de La Pedrera, el Park Güell, el Tibidabo… además de tonterías que a no todos podrían resultar interesantes: tomarse un capuccino de Starbucks (un poco aguado para mi gusto, pero mejor de lo que me esperaba), entrar en el Hard Rock Cafe, volver a triscar por el metro, tomar ramen instantáneo en el salón del manga, los bocadillos enormes que nos hicimos con fiambre del Caprabo…

No saqué tantas fotos como querría, porque uno de los días se me olvidó coger la batería de la cámara del cargador, aunque hay alguna que se puede enseñar:


Noria del parque del Tibidabo

El sábado por la noche nos apuntamos un buen tanto: nos acercamos hasta el Teatro Victoria con la firme intención de ver Spamalot, un musical basado en la película Los caballeros de la mesa cuadrada de los Monty Python, adaptada al castellano nada menos que por Tricicle. Resultados: un dinero bien invertido, dos horas de risas continuadas, ser un poco más felices, haber visto por primera vez un musical, y comprobar cómo hasta los gags más absurdos de unos cómicos ingleses pueden ser llevados a un escenario 🙂

Como colofón nos fuimos de marcha después de salir del teatro, aunque no sabíamos muy bien a dónde ir. Preguntamos varias veces a gente por la calle, pero curiosamente no fuimos capaces de encontrar a ningún nativo que nos resolviese nuestras dudas existenciales. Aún así conseguimos llegar al Maremagnum, acompañados de dos simpatiquísimas chicas francesas que conocimos por el camino. A pesar de las trabas idiomáticas, pudimos defendernos en la lide recurriendo al uso del inglés (idioma útil donde los haya). Que uno aunque le guste lo francés, es bastante poco ducho en el uso del idioma…